Resonancias: Forma, Música y Diseño
Artículo
[Desnudar la estructura profunda entre música y diseño nos obliga a avanzar mucho más allá de las relaciones funcionales entre ambos territorios.]
En lo esencial, tanto el diseño como la música exigen la puesta en juego de un tipo de pensamiento —analógico y combinatorio— que resulta ineludible en todo intento de formalizar una nueva idea: tanto en la estructura espacial como en la temporal de ambas prácticas, la forma es la verdadera lengua franca. Se entiende, entonces, que términos como ritmo, variación, color, textura, progresión (y muchos más) constituyan parte central del idiolecto habitual de ambas disciplinas.
Podríamos agregar que la forma —un verdadero artista lo aprende rápidamente— siempre deja huellas que dependen del instrumento y los materiales que se utilizan para su concreción: componer una pieza para clarinete no es lo mismo, evidentemente, que desarrollar un proyecto de identidad institucional. En ese nivel, la música —sonido organizado— es diferente del tipo de organización visual-material que requiere el diseño. Sin embargo, y por la misma causa, también es cierto que todo desarrollo de puentes entre ambas manifestaciones de la forma se constituye simultáneamente en medio y fin.
Este es un fenómeno perfectamente localizado ya en las primeras olas de las vanguardias, que se profundizó en la posguerra y se potenció ad infinitum en las últimas décadas, fundamentalmente a través del vector de avance tecnológico. Las millones de apps que nos ayudan a diseñar y/o a componer constituyen parte de este paisaje. Pero podemos ¡ver y escuchar! (como muy bien se evidencia en Making Music Modern, la muestra del MoMa) variaciones previas sobre este tema: en Kandinsky y en Schoenberg, en Albers y en Nono, en Sagmeister y en Eno.
A propósito de esta cuestión, John Cage afirmaba en El futuro de la música, que el “Principio de Forma” sería nuestra única conexión constante con el pasado. Cage sostenía que lo que había sido fuga y sonata —por ejemplo— mutaría en otra cosa, pero sin duda alguna relacionada de algún modo con esas formas que nos precedieron. Esta afirmación trasciende el campo de la música, pues podríamos encontrar innumerables casos equivalentes en el arte y del diseño visual u objetual.
Nuestros actuales métodos de composición (composición: otro concepto central común entre música y diseño) mantienen una clara relación con lógicas sistemáticas —ya introducidas por Schoenberg— que liberan a la música de la necesidad de organizarse en torno a un tono fundamental. En definitiva, inauguran un camino —análogo al de una construcción social que necesita enfatizar la obligatoria integración del individuo en un grupo— seguido hoy en día por millones de personas en Instagram (o Pinterest o Photoshop o Protools o…).
La artificialización del ambiente humano construido y la multiplicación de objetos superfluos se ha desarrollado de manera paralela a la ampliación del espectro auditivo cotidiano y al aumento de la polución sonora: cuando el gran compositor Mauricio Kagel afirmaba que la imagen de un músico químicamente puro no era verdadera, ponía en palabras también la realidad de cualquier diseñador. Su propia afirmación de que “los textos son pretextos para crear contextos” se corresponde con el tono de esta época: la necesaria contaminación entre palabras, sonidos e imágenes que busca provocar toda hoy alma ideativa cuando inventa sus propios procedimientos. ¿Y no es esta, acaso, la marca de estilo u originalidad que tanto músicos como diseñadores intentan encontrar en cada una de sus producciones?
26 / 6 / 2015
Horacio Wainhaus, arquitecto y músico, es Profesor Titular Regular de Morfología y Heurística en la FADU / UBA. Recientemente publicó Ars Heuristica II.
[Artículo escrito parael suplemento DNI del diario Clarín, 2015.]