De la Visualidad como Acontecimiento
Conferencia
Roma. Siglo II. El emperador Marco Aurelio le agradece a Frontón —su maestro de retórica— haber comprendido hasta qué punto el poder entraña la hipocresía. Pascal Quignard, en su Retórica especulativa, nos cuenta que Frontón replica: “Sucede que el filósofo puede ser un impostor, pero el aficionado a las letras no puede serlo. Lo literario es cada palabra. Y su investigación es más profunda a causa de la imagen”.
Recuerda Quignard que, debido al papel que cumple en la actividad diurna, el arte de la imagen —metáfora, eikona o schemata— resulta para Frontón comparable con el sueño. Escribe —anticipando a Freud—: “se debe trabajar la lengua para que sea capaz de enfrentar con audacia aquellos pensamientos que nos resultan más difíciles de aceptar”. Desde Frontón hasta nuestros días, la retórica es un permanente ejercicio de redefinición de las visiones y construcciones del mundo. Por esta razón —sostiene Quignard— “Frontón ambiciona convertir a Marco Aurelio en el primer emperador que posea todas las palabras y todos los schemata, todos los simulacros, todas las imagines.”
Casi veinte siglos después, tristes emperadores de la pantalla, parecemos satisfacer el deseo del maestro Frontón. Sabemos que no es así, sin embargo: el análisis de la consistencia entre nuestras ideas y las manifestaciones visuales que éstas adoptan nos sigue exigiendo, como al maestro romano, volver a estudiar las condiciones del problema. Así, algunos de los postulados centrales de un reciente encuentro sobre semiótica marcan —a mi juicio, muy acertadamente— este camino: la necesidad de poner acento en reflexionar sobre la retórica como gesto social, retórica en y de lo visual, performativa, instituyente de una pragmática; “retórica como ejercicio heurístico del universo sensorial”, como acertadamente apunta Paolo Fabbri. Pero este abordaje de algún modo lacera el cuerpo de la propia semiótica, especialmente si consideramos que en el ámbito de la estructura discursiva los esfuerzos y los resultados, como afirma el propio Fabbri, “son todavía modestos, particularmente en lo que hace a la profundización de los aspectos sintácticos del universo de las imágenes”.
Dada la enorme sofisticación que ha desplegado en nuestro tiempo el aparato tecnológico sobre el dispositivo visual, educar y entrenar nuestra mirada requiere de nosotros un trabajo mucho más arduo de lo que ha sido para Marco Aurelio. No aceptar de manera llana “lo que vemos” exige nuestro compromiso con dispositivos mentales muy complejos con el objetivo de volver a atrapar la realidad. Y también exige, claro, una ética. Dicho de otro modo: no renunciar a esa forma de existencia que adquiere en la conciencia de aquel que genuinamente ha reparado en ella. Nos pide entender que toda imagen no puede hacer visible sin, simultáneamente ocultar: nos demanda volver a recordar que lo que vemos siempre esconde otra cosa. De allí que se nos imponga como tarea necesaria el planteo de una retórica en la que adquiera especial investidura un acercamiento que permita ser desplegado en cada situación contextual, apuntando así hacia una semiosis del propio hacer visible (un hacer lúdico, como todo camino al descubrimiento) o, mejor, hacia la idea de una Visualidad de Acontecimiento.
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[Introducción de un artículo que tuvo su origen en la presentación realizada en el IX Congreso de la AISV / Asociación Internacional de Semiótica Visual (abril de 2010 en el IUAV / Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia). El mismo fue reformulado en ocasión de un seminario (“El Juego entre Objeto y Acontecimiento”) dictado entre mayo y julio del mismo año en la Maestría de Psicoanálisis (Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires).]