Todo proceso de innovación presupone cierta desorganización y relajamiento de tensiones estrechamente vinculados con un principio de reorganización.
Edgar Morin (1921-) ha indicado que el mundo consiste en un todo indisociable y que estas acciones de retroalimentación son propias de de un tiempo en el que el espíritu individual de las personas está conformado por conocimientos ambiguos, desordenados. Propone así un abordaje con referencias muy variadas y ricas, multidisciplinario, con el objetivo de lograr la construcción de un pensamiento que se desarrolle a partir del análisis profundo de las certezas que nos convocan como humanos. Los elementos con los que opera se basan en la idea de complejidad: muchas partes que forman un conjunto intrincado y difícil de conocer.
Morin plantea la necesidad de construir modelos predictivos que permitan incorporar la existencia del azar y la indeterminación. Así, su teoría de los sistemas complejos es “un modelo explicativo de los fenómenos del mundo con capacidad predictiva que reúne aportaciones de distintas ramas del conocimiento científico íntimamente relacionados con la naturaleza”.
Frente a aquello que denomina paradigma de la simplificación, Morin va a definir siete principios básicos que orientan el pensamiento complejo. Sitúa entonces:
—Un principio sistémico u organizacional: es necesario relacionar el conocimiento de las partes con el conocimiento del todo;
—Un principio holístico (las partes están dentro del todo / el todo está en cada parte);
—Un principio retroactivo, que refleja cómo una causa actúa sobre un efecto y, a su vez, éste sobre la causa;
—Un principio recursivo que supera la noción de regulación al incluir el de auto-producción y auto-organización;
—Un principio de autonomía y dependencia en el que expresa la autonomía de los seres humanos pero, a la vez, su dependencia del medio;
—Un principio diabólico, que integra lo antagónico como complementario y, finalmente,
—Un principio de la reintroducción del sujeto que introduce la incertidumbre en la elaboración del conocimiento al poner de relieve que todo conocimiento es una construcción de la mente.
Plantear entonces la idea de la complejidad como un fenómeno paradigmático supone una manera concreta de orientar la forma de pensar el mundo (nuestro mundillo de la Morfología/Heurística es claramente parte de ese entramado) y, por lo tanto, de construir conocimiento. Morin entiende que hay una complejidad de alcance restringido cuando los estudios científicos intentan explicar las dinámicas complejas de los objetos en estudio pero sin extraer de ello consecuencias cosmovisivas o metodológicas más generales. Y al mismo tiempo, la diferencia de otra complejidad, amplia y humanista: “un método de pensamiento nuevo, válido para comprender la naturaleza, la sociedad, reorganizar la vida humana, y para buscar soluciones a las crisis de la humanidad contemporánea”. Así, por ejemplo, una forma que considera el concepto de sistema complejo adaptativo debería incorporar automáticamente la necesidad de un diálogo continuado entre las distintas maneras de conocimiento. Porque si pensamos que todo conocimiento es complejo se nos hace necesario, de alguna manera, negar la idea de grados de simplicidad. Los conocimientos reducidos, mutilados, fragmentados o clasificados, según Morin, solamente pueden producir más mutilaciones de la realidad o de las realidades.
En su vía académica, las ciencias de la complejidad constituyen un cuerpo de conocimiento focalizado en el estudio de la dinámica de los sistemas naturales. Una de las obsesiones de las ciencias de la complejidad es la de poder aproximarse a la realidad en sus más diversas manifestaciones sin renunciar a su entramado complejo (aún aceptando que todo modelo constituye una simplificación de la realidad). La idea central es que no es posible comprender la naturaleza humana si en nuestros abordajes mantenemos vigente la disociación entre la especie y la condición de ser parte de su entorno natural. De las diversas teorías y sub-teorías propias del abordaje de la complejidad han nacido y se han consolidado muchos conceptos claves en la caracterización de la ciencia contemporánea: el caos, la imprevisibilidad, el azar, el indeterminismo, la no-linealidad, la autoorganización, la emergencia y la autosemejanza, que han desbordado hacia otros campos de la actividad del hombre.
Una lectura epistemológica muestra que estas teorías acercan las ciencias naturales y las ciencias humanas. Seguramente en buena parte por esta razón, el Arte, el Diseño y la Arquitectura (es quizás en esta disciplina del espacio, y por la vía de la técnica, donde el efecto es más claro) no han permanecido al margen de la emergencia del conocimiento complejo y las han hecho suyas con cierta naturalidad. Por otro lado, la adopción por parte de nuestras Ciencias de lo impreciso (la denominación es de Abraham Moles, y es el título de un excelente libro de ese autor) de muchas ideas y conceptos provenientes de las ciencias naturales es una operación que renueva una relación fundamental con la naturaleza que se ha manifestado a lo largo de la historia del Arte, del Diseño y de la Arquitectura: también como aspecto de una suerte de voluntad mimética que busca reproducir la visión científica del universo de lo natural, pautada o atravesada, justamente, por la idea de complejidad.