Pensar Frankenstein

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Wainhaus

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Cuerpo y alma / Un filósofo oriental afirmaba que el cuerpo es el alma visible —así como el alma constituye el cuerpo invisible—. Entre lo que se ve y lo que se siente, cuerpo y espíritu fluyen en Frankenstein de manera contradictoria. A la manera de un oxímoron, Frankenstein narra la historia de un cuerpo vivo pero simultáneamente muerto, donde lo que aparece en el proceso es mucho más que la relación de todo y parte como hecho morfológico global, la que entreteje el detalle y la (i)lógica del fragmento.

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Detalle / En el origen de la palabra detalle está implícita la idea de corte y seccionamiento (detail, es decir, “cortar de”, en francés). Esto es: un sujeto que corta un objeto. Y en Frankenstein es el discurso del detalle lo que construye su sentido, a través de la presencia simultánea del entero y la parte. De allí una necesaria referencia a los modos de la pintura, y particularmente a Rembrandt: vemos en sus telas algo de la misma lógica que muestra Frankenstein: el pintor holandés jamás nos ofrece un universo tan coherente como aparenta. En Rembrandt , como afirma John Berger, sólo espiamos los diálogos que se suceden entre las partes detalladas: pero las suturamos nosotros, observadores, —como realiza Victor Frankenstein con su criatura— con la ilusión de desarrollar un sistema sintáctico tranquilizador.

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Deformación / Rembrandt antecede a Frankenstein. Quizás los historiadores del arte no hayan recalcado lo suficiente el modo en el que Rembrandt ha alterado o deformado el universo físico en sus telas. Estas distorsiones, aclara Berger, no son evidentes, sino “casi furtivas” ya que operan, justamente, a través del detalle. Así, en La lección de anatomía del doctor Tulip “(…) es el espacio en el que habita la conciencia de sí mismo del cuerpo que siente. No es ilimitado como el espacio subjetivo: finalmente lo enmarcan siempre las leyes del cuerpo. Pero sus hitos, sus énfasis, sus proporciones internas no paran de cambiar. El dolor agudiza nuestra conciencia de este espacio. Es el espacio de nuestra vulnerabilidad fundamental y de nuestra soledad. Y también de la enfermedad. Pero, potencialmente, es también el espacio del placer, del bienestar y de la sensación de ser querido. Robert Kramer, el director de cine, lo define así: ‘Detrás de los ojos y extendido por todo el cuerpo. Un universo de circuitos y sinapsis. Los trillados caminos por donde suele manar la energía’. Se percibe mejor al tacto de lo que se ve con los ojos.” Rembrandt fue el gran maestro que llevó este espacio a la pintura: Cada cual vive en su propio espacio corporal, cuyos hitos son el dolor o la incapacidad, una sensación o un malestar desconocidos. Los cirujanos no pueden obedecer las leyes de este espacio cuando operan, no es algo que se aprenda en las lecciones de anatomía del doctor Tulip, escribe Berger en relación al famoso cuadro de Rembrandt.

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Fragmento / Coleccionar no constituye una tarea inocente. Y el texto de Mary Shelley también puede ser pensado, fundamentalmente, como una colección de fragmentos. Fragmento es un término que deriva del latín frangere (“romper”), y nos impulsa a entender la fracción, fundamentalmente, como acto divisorio. Todo fragmento, aun perteneciendo a una totalidad precedente, no requiere de esa totalidad para ser definido. Podemos ir aun más allá: el destino trágico es consecuencia del fragmento. Y, además, el monstruo creado por el doctor Frankenstein no es menos fragmentario que los saberes que permitieron animarlo.

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Sueños / En el fondo, nada expresa tan bien la fuente del problema de Frankenstein como aquella idea que Goya nos acerca de manera contundente: “El sueño de la razón engendra monstruos”.

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[Fragmentos de un texto publicado en la revista Caleidoscopio, Buenos Aires, 2004.]