Tiempo y Forma

Conferencia

Wainhaus

Desde el punto de vista fenomenológico, el concepto de tiempo elude todo intento de darle una explicación plenamente racional. No es por ello extraño que, en muchas culturas, se considerase al tiempo como una deidad en sí misma o como la manifestación de una divinidad suprema. Esta concepción del tiempo ha acompañado, a través de diferentes expresiones, la historia humana, adoptando modalidades ya no necesariamente religiosas hasta convertirse —sólo muy tardíamente en la cultura y a través de la ciencia occidental moderna— en un aspecto fundamental del encuadre matemático que utilizamos con plena conciencia para describir los hechos físicos.

Cada cultura es, ante todo, una determinada experiencia del tiempo. No es posible una nueva cultura sin una modificación de esa experiencia. Sabemos, además, que la mente del hombre capta la experiencia del tiempo, pero no posee una representación de ella: el tiempo es representado mediante imágenes espaciales.

Platón afirmaba que el espacio era la condición de existencia de todas las cosas. Para nosotros, simples mortales, nos es difícil imaginar que algo pueda existir y no esté en algún tiempo. Es por esa palabra —algún— que ha sido necesario introducir la noción de límite en el desarrollo del pensamiento científico. De ese modo, el pensamiento trascendió la idea de espacio-tiempo que planteaba un Parménides —espacio-tiempo que era cualitativamente indiferenciado, apeironético (sin límites)— para conformar un primer corpus de desarrollo epistemológico.

En Heráclito, es aeión —el tiempo en su carácter originario de todas las cosas— el que aparece como “un niño que juega a los dados (una idea que desplaza nuestro pensamiento a la famosa sentencia de Albert Einstein, “Dios no juega a los dados”). Los conceptos de duración y eternidad entrelazados por el término aeión, como afirma el filósofo italiano Giorgio Agamben, sostienen la fuerza vital en tanto es percibida por el ser viviente como cosa que “dura”: en nuestros términos, la conciencia de historicidad.

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Una opinión corriente supone que hay una imagen intrínseca del espacio y del tiempo creada por nuestro sentido común, derivada de la experiencia cotidiana y diferenciada del marco “especial” en el que se aplican las complejas teorías de la Física, especialmente de la Física moderna. Sin embargo, como afirma Marx Wartofsky, nuestra imagen actual del espacio y del tiempo ha sido creada por la ciencia. Por Euclides, claro, pero especialmente por la Física del siglo XVII. Esto no significa que la base experiencial del pensar-hacer de los seres humanos no utilice el sentido común. Sólo indica que, como hemos visto en la lengua de los indios hopi, el espacio y el tiempo de una sociedad primitiva en la que se crea que la magia es eficaz están concebidos para que el acontecer mágico tenga lugar.

Así como el espacio tiene lugares, el tiempo tiene momentos. Ambos constituyen el complejo espacio-temporal. Una métrica sólo puede introducirse por medio de axiomas: es así que un punto, en cuanto límite, constituye el elemento último no métrico del espacio. La técnica operativa o práctica de la medida sólo puede introducirse en el esquema conceptual euclidiano al definir una métrica.

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Occidente, al escindir el tiempo en tiempo eterno y tiempo lineal continuo parece condenar al fracaso todo intento de conquistarlo. Y es por eso que, como sostiene Agamben, perseguir en el tiempo lineal el espejismo del progreso continuo es siempre insuficiente.

[Páarafos de una Conferencia en el Congreso Internacional de la Sociedad de estudios Morfológicos de la Argentina. Resistencia, 2005.]