En un texto que fecha en 1967, Gastón Breyer escribe que la proposición “Yo estoy en mi sitio” debería ser enunciada como “yo soy mi sitio”. De ese modo, aclara, se eliminaría toda alusión al espacio, pues la preposición en es espacializante al ser localizadora. Está claro, dice Breyer, que “el espacio sólo se constituye y se experimenta a partir de esta proposición y, en consecuencia, no debiera estar supuesto en ella. Porque en la proposición ‘yo soy mi sitio’ hay sitio y también no sitio, o sea: sitio y separación.”

Este pequeño libro constituye un intento de cartografiar la que fue una de las preocupaciones permanentes de Breyer —el espacio— profundizando sobre la reflexión anterior.
Breyer postula que, ya desde la infancia, es necesario dar batalla en el propio espacio. Que todo intento de abordar el problema debe suponer también la posibilidad de transformación de uno mismo a través de la artesanía de la propia labor: haciendo, pero siempre contra el simplismo de la solución efímera. Así, sostiene, “mi sitio es la posibilidad de todos los sitios concretos y pensados de todos los días de mi vida. Mi sitio es el toposprimigenio, sitio anterior al espacio, sitio porque es un sitio todo lleno de mí.”

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Para Breyer el espacio —y en particular el que convoca al desarrollo y apreciación estética— está  tensado entre dos polos. Breyer los denomina polo semiótico y polo del éxtasis. El primero convoca al proceso de interpretación “como milagro del hombre”; el segundo, al que le da la mayor importancia, es el polo de la presencia: la realidad presente y deseada. A través de este partido conceptual podemos observar cómo Breyer sigue de manera decidida el camino de su admirado Wittgenstein (“Empero hay cosas que no pueden ponerse en palabras. Ellas se manifiestan, ellas son lo místico.” (Wittgenstein, Tractatus, 6522).

Al pensar el espacio como presencia, Breyer se obliga a determinar el desplazamiento de toda dimensión ficcional. Por ejemplo, cuando asegura que “los actos de escenario suelen estar más próximos a una presencia de mística que a una algoritmia de código” (Breyer 1998, 15) no hace más que acotar los procesos de producción e interpretación sígnica en su dimensión temporal. Entiende así que la significación aparece como una instancia ora anterior, ora posterior a la presencia, pues para Breyer la significación no tiene lugar en el presente que supone toda escena. Esta es una noción central: el valor de esta idea es tan importante para él que titula La escena presente a su último libro editado, un voluminoso tratado de escenografía que resume gran parte de su enorme experiencia en este campo. Allí, el basamento conceptual que propone Breyer para encarar el problema del espacio habita en la dialéctica entre la demanda de mundo (el espacio escénico)  y su de-velamiento (el objeto escénico). Por esta razón, Breyer, en su búsqueda teórica y metodológica intenta desplegar una teoría del diseño escénico capaz de asumir dialécticamente la relación entre demanda y revelación.

Puedo, por mi parte, sugerir tres abordajes posibles para el problema planteado: el eje Heurístico (centrado en el modelo breyeriano de los Modos del Pensar) el de la Techné (a través del estudio del despliegue de las relaciones técnicas) y el Morfológico (o Fenomenológico, pues Breyer en este tema sigue fundamentalmente a Husserl), que puede ser centrado en las relaciones entre noemas y noesis.

[Prefacio y parte del capítulo 2 de Yo soy mi sitio. Del espacio según Gastón Breyer, libro editado por Flanbé-Morphia, 2016]