La Forma como infierno

Conferencia

Paris x Wainhaus

Es posible que la Forma no tenga otro destino que el de su muerte. Muerte no definitiva en la mente de los hombres, quizás, pues éstos son dados a pensar que a la Forma le ha sido otorgada la eternidad. Sin embargo, y a poco que reparamos en la fragilidad de esta palabra —eternidad— convenimos en que no es ésta una eternidad de cielo: a la Forma y a quienes hacen de su búsqueda el motivo de sus desvelos les corresponde un destino de averno. 

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Pero cabe pensar, entonces,, que la propia forma del infierno puede reformularse a cada paso; que, en ocasiones, su aspecto rememora el de otro infierno o anticipa algún futuro tortuoso, versión extrema de nuestro horror re-presentado: las imágenes del Bosco —que desafían, también, la prohibición divina—, reaparecen en las palabras de La invención de Morel.

Bioy Casares escribe que “...si la idea de una eternidad rotativa puede parecer atroz al espectador, suele ser satisfactoria para aquellos individuos no conscientes de ella, que, libres de malas noticias y de enfermedades, viven siempre como la primera vez, sin recordar las anteriores.”

Eternidad efímera la de estas proyecciones del aparato inventado por monsieur Morel, que anticipa en virtudes y defectos la vida en nuestras pantallas.

La continua agitación, entonces.

Entonces: Puede que no haya Forma eterna, que toda forma esté destinada a la transformación.

Erótica fundante que enlaza con la metafísica aristotélica. Ser es ser articulado por un principio que es forma y crea formas. Forma que no flota fuera de las cosas ni existe en absoluto por sí sola, sino que se halla siempre en el material básico del mundo. Forma: antes que pura abstracción, presencia activa y eficiente. “El hombre engendra al hombre”: la materia es gobernada por el principio que hace que se produzcan constantemente las mismas formas.

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El infierno, en nuestros días, ha pasado de moda, dice Ballard. Los poblados infiernos del siglo XX son más bien una cuestión privada, los huecos entre los barrotes son las suturas de nuestro propio cráneo: “...un infierno es válido si existe a partir de él alguna posibilidad de redención, aun cuando nunca se lleve a cabo. Se llega a los infiernos institucionales de nuestro siglo con boleto de ida, con destinos como Nagasaki y Buchenwald, mundos de horror final incluso más terminales que la tumba.” En Adorno: “La abundancia de sufrimiento real no tolera el olvido”. Y antes, en Nietzsche: “Sólo queda en la memoria aquello que no cesa de doler”. Dolor que va al encuentro del Arte, una idea que aparece en muchos pasajes de Macedonio: “...y seriamente creo que la Literatura es precisamente la belarte de ejecutar artísticamente un asunto descubierto por otros. Esto es ley para toda belarte y significa que el “asunto” de arte carece de valor artístico o la ejecución es todo el valor del arte. Clasificar asuntos como unos mejores, más interesantes que otros, es hablar de ética: hacer estética es ejecutar artísticamente cualquier asunto. Los asuntos los encuentra todo el mundo fácilmente, superabundan: las páginas de arte son escasísimas y se laboran con desesperación, con lágrimas e iras de Labor. (...) Y si teniendo la Eterna perseguimos arte inventivo, más ciegos estamos y caminamos como guiados contra nosotros, la bajeza nos lleva, pues subsistir la invención frente a la Eterna hallada, respirante, es horrible opción contra nosotros. Cerca de la Eterna la invención es insensatez.”

Este el destino de Proteo, dios griego de los metales y de las transformaciones. Proteo es capaz de cambiar hiléticamente una y otra vez, mantienendo la unidad en cada cambio. Atacado y fragmentado por la ambición de los humanos cierta vez que estaba convertido en oro, Proteo anhela reunir sus partes nuevamente. No renuncia al cambio: es ésta es su condición de Forma —y por esa condición es sometido— pero en ese cambio anhela un orden posible. Recuerda, se recuerda.

Alguna vez imaginé al dios obteniendo éxito en su tarea. Hoy prefiero evocar las partes de Proteo diseminadas por el mundo, sin posibilidad de reconstrucción. Pero sobre todo, sin ninguna esperanza de recordar. Como lo expresa bellamente Steiner: “En el corazón de la forma se encuentra la huella de una tristeza. La talla es la muerte de la piedra.”

[Trabajo escrito con Gabriela Di Giuseppe y presentado en el Congreso Internacional de SEMA, Córdoba, 2003.]